En 1985, nació la Unión Patriótica a iniciativa de las FARC y otros grupos guerrilleros de la época, que se encontraban entonces en un proceso de negociación con el gobierno de Belisario Betancur. El nuevo partido recogió el apoyo de varios grupos civiles de izquierda, entre los cuales, el partido comunista colombiano, y se estrenó en las urnas para las elecciones legislativas de 1986. Aunque es importante diferenciar la UP de las FARC, sobre todo conociendo la triste historia de masacres y hostigamientos a los militantes del partido que siguió, el resultado de las legislativas de 1986 nos ofrece un proxi interesante del poder de influencia electoral que tenía las FARC en este momento. Desde luego, si no todos los militantes de la UP tenían relación con las FARC, tampoco todas las FARC estaban sintonizadas con la experiencia de la UP, sobre todo en un contexto de estancamiento de las negociaciones que llevaría a su entierro con el nuevo gobierno de Virgilio Barco. Con estas indispensables precauciones, resulta sin embargo interesante comparar los resultados de la FARC en las pasadas elecciones al Senado y los de la UP en 1986 para la misma corporación.
El resultado de la UP generó muchas expectativas en la época. Las FARC habían adoptado desde el principio de los años 1980 una táctica de cerco a las grandes ciudades que pretendía acercar la hora de la toma final del poder, y otorgar a la guerrilla una base de apoyo urbano. Los simpatizantes de las FARC, como los que se preocupaban por su avance, veían por tanto en las elecciones una manera de medir el éxito de esta movida. La UP presentó listas en Bogotá, Antioquia, Caldas, Cauca, Cesar, Cundinamarca, Norte de Santander, Quindío, y Sucre (recordemos que en esta época, el escrutinio era departamental tanto para Cámara como Senado). Los resultados fueron muy limitados. A nivel nacional, la UP obtuvo apenas 1,5% de los votos. Sin embargo, eso fue suficiente para preocupar las elites políticas y los militares. Los apoyos en las ciudades eran limitados pero reales como en Bogotá (3,5%), Medellín (3,4%) y Popayán (3,9%). Desde luego, este apoyo venía probablemente más de militantes de izquierda civil que de personas que realmente apoyaban la guerrilla o pudieran tener relaciones con ella. Más notable fue el apoyo en Soacha, donde la UP logró 12,6% de los votos. La ciudad satélite de Bogotá era centro de importantes actividades industriales que atraían obreros potencialmente cercanos a la izquierda, y además, había empezado a recibir el éxodo de la población que huía el conflicto desde varias zonas del país.
Pero más allá, la concentración del apoyo de la UP era claramente enfocado en las zonas rurales donde las FARC, y/o el partido comunista habían logrado ejercer una influencia histórica: el sur de Cundinamarca, el Urabá, el Magdalena Medio, el centro y norte del Cauca, y el Catatumbo. El hecho de que la UP no haya presentado listas en el Oriente del país no permite acercarnos a su influencia en estos bastiones de las FARC que fueron Arauca, el Caquetá, y el sur del Meta.
En las tres primeras regiones, el éxito de la UP llegó a niveles impresionantes. En Urabá, la UP era hegemónica en Mutata (80%) y Apartadó (67%), en el Magdalena Medio, lo fue en Yondó (61,7%), Segovia (60,6%) y Remedios (56%), y en el sur de Cundinamarca, logró el apoyo de 69,7% de los votantes en Cabrera.
Con todo, el apoyo de la UP quedaba limitado a estas pocas zonas, a unas pequeñas minorías en las grandes ciudades, y era casi nulo en el resto del país. Este modesto estreno empezó a generar inquietudes mucho más precisas entre las elites cuando Jaime Pardo Leal obtuvo 4,5% de los votos nacionales a la Presidencia mostrando un potencial algo más importante de lo que dejaban ver las legislativas para la UP, y cuando la UP obtuvo 16 alcaldías en las elecciones de 1988, entre ellas, las de los municipios citados arriba.
Como sabemos, la experiencia de la UP fue violentamente truncada por la arremetida paramilitar, y sus zonas de influencia arrasadas a lo largo de los años 1990 y 2000.
Más de 30 años después, mientras los pocos sobrevivientes de la UP se fueron hacia la coalición de los “decentes” de Gustavo Petro, las FARC ya desmovilizadas volvieron a medirse a las urnas con unos resultados muy por debajo de sus esperanzas.
El 0,34% que obtuvo la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, el movimiento fruto de la desmovilización de la guerrilla, está muy por debajo de lo que lograba la UP en 1986.
Más aun, los resultados a nivel municipal muestran varios cambios con respecto a la experiencia de la UP. En primer lugar, la guerrilla ya no puede contar sobre la simpatía de una franja de población urbana como en los años 1980. En pocas ciudades la FARC obtiene un resultado igual o superior a su resultado nacional. Las excepciones son Bogotá (0,39%), Pasto (0,35%), Neiva (0,73%), Popayán (0,53%) y Barrancabermeja (0,55%), y por supuesto, estamos muy lejos de los 3% de los años 1980.
En segundo lugar, como lo muestran los mapas, aun en sus bastiones rurales, la FARC está lejos de ser una fuerza hegemónica. Su récord es un porcentaje de 21,65% en Uribe, Meta, antes de un 14,34% en Argelia, Cauca; 12,43 en Calixto, Norte de Santander; 11,04% en Murindó, Antioquia; y 10,91 en el Valle del Guamez, Putumayo. Estamos muy lejos de los 60% que la UP podía obtener en los bastiones históricos de la izquierda en 1986.
Finalmente, esos mismos bastiones cambiaron. Para la izquierda, el Urabá, el Magdalena Medio y el Sur de Cundinamarca no se recuperaron de la ofensiva del paramilitarismo, y la FARC sólo recoge migajas de la influencia que alguna vez tuvo en ellos. Los bastiones que sobrevivieron son la Serranía de la Macarena en el Meta, y el Catatumbo en el Norte de Santander. Mientras tanto, apareció una nueva zona de influencia en el occidente de Antioquia, que se nutre probablemente de los desplazamientos de población que conocieron el Urabá Antioqueño y Chocoano en los años 1990 y 2000.
Así, las dinámicas del conflicto armado en las dos últimas décadas han hecho merma en la capacidad de influencia electoral de la antigua guerrilla. El análisis territorial de las elecciones muestra que la FARC es apenas una sombra de lo que llegó a ser como guerrilla en los años 1980. Más aun, existen hoy día alternativas en la izquierda democrática que no estaban presentes en las elecciones de 1986. Entre los Verdes, el Polo Democrático y los Decentes, el elector de izquierda tiene varias opciones antes de pensar en apoyar la ex guerrilla, y eso se resiente en particular en sus limitaciones para llegar a las ciudades.
Así las cosas, los que pensaron que la ex guerrilla lograría llegar a las puertas del poder por los acuerdos de paz sobreestimaron su poder, y los resultados electorales constituyen un golpe de realidad para ella misma. Es sobre esta base que tiene que pensar ahora en la mejor manera de insertarse en el juego político democrático.